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El hombre y la mujer contemporáneos, seducidos por la ambición desmedida de poder, que les proporciona lujo, ocio y gozos, permanecen adormecidos en relación con las responsabilidades espirituales trascendentes.

 

Por considerarlas de secundaria importancia, en la vana suposición de que pueden remediar la situación interior en cualquier instante, transfieren el pensamiento y la emoción hacia lo exterior, con grandes perjuicios para la armonía interior.

 

Sus preocupaciones y anhelos giran en torno de los valores materiales, y en la hipótesis equivocada de que son personas especiales, incólumes al sufrimiento, a las aflicciones, y a los inevitables acontecimientos ingratos, se anestesian y se olvidan de los fenómenos biológicos - en constantes modificaciones-, y de los sucesos morales inesperados, como la detestada presencia de la propia muerte, o de su paso por el hogar.

 

Sin embargo, cuando son llamados a los embates de la evolución, a través de los acontecimientos desgraciados de lo cotidiano, desorganizados y sin preparación, se sumergen en la amargura o en la rebeldía, en el miedo o en las fugas espectaculares, con lo que procuran evitar los desafíos o enfrentarlos con hostilidad, acrimonia, violencia, insensatez..  

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